Plaza Nueva

Nombre: Plaza Nueva

Tipo: Plaza ajardinada

Distrito: Casco Antiguo

CP: 41002

Situación: entre las calles Granada, Tetuán, Teniente Coronel Seguí, Mendez Núñez, Bilbao, Madrid, Badajoz, Barcelona y Joaquín Guichot

Acceso: líneas T1 y C5

Superficie: 7260 m²

Descripción:

Parece ser que, en el siglo XI, toda la zona en la que se sitúa la actual plaza y sus aledaños estuvo ocupada por un cementerio, varias huertas, la llamada “Laguna de la Pajería” (resto de un antiguo brazo del rio Guadalquivir, como lo confirman los hallazgos arqueológicos que tuvieron lugar  durante las obras de construcción del ferrocarril metropolitano en los años setenta) y diversas construcciones e instalaciones relacionadas, a través del Arenal, con la actividad portuaria.

Después de la ampliación de la muralla en el siglo XII, toda esta zona, que llegaría hasta la Puerta de Triana y el trazado de la actual calle Zaragoza, sufre con los años un paulatino proceso de colmatación que, no obstante, dará lugar a que albergue tanto edificaciones como espacios vacíos. Seguramente, fueron los franciscanos la primera comunidad religiosa en asentarse en este lugar a finales del siglo XIII. Siglos más tarde (1605) lo hará otra que aún perdura en el actual Convento de San Buenaventura, cercano a la plaza.

La Plaza Nueva se sitúa sobre parte del solar de lo que fuera ese primitivo convento casa-grande de San Francisco, que abarcaba también la Plaza de San Francisco, situada al otro lado del edificio del Ayuntamiento, y el solar que ocupa éste. Del convento subsiste una capilla consagrada a San Onofre, que pasa desapercibida por encontrarse, como un edificio más, en el lado Sur de la plaza siendo desconocida incluso para muchos sevillanos.

Tras la ocupación de la ciudad por tropas napoleónicas, el convento sufrió numerosos destrozos a los que seguiría un gran incendio (1810). Teniendo en cuenta su mal estado se planteó, desde diversos estamentos de la ciudad, una reforma urbana de todo el sector que se centraría en la apertura de una gran plaza, que aprovechando la antigua zona de huertas y abriendo una calle,  haría más fácil el recorrido por todo el área. Sin embargo, se acordó reabrir la iglesia del convento en 1913 e iniciar en 1815 la reconstrucción del convento.

La lentitud del proceso propicia que, con las medidas de desamortización de 1835, las obras sean finalmente detenidas. Enseguida, la Junta Popular de 1840 acuerda demoler lo que quedaba del convento y los terrenos que ocupaba se ceden a la ciudad por Real Orden (1849). Con ocasión de esta cesión, un grupo de personas relevantes  e intelectuales “empeñados en transformar el trazado de la ciudad para aproximarlo al de las grandes capitales europeas”, vuelven  a considerar la idea de trazar una gran plaza a modo de plaza mayor y así se lo hacen saber al Ayuntamiento en  marzo de aquel mismo año. El ayuntamiento se muestra entusiasta con la idea y el proyecto, del arquitecto Ángel de Ayala, es aprobado con rapidez por la Academia de Bellas Artes en 1850, a la que había sido enviado por el propio consistorio.

En 1851 el proyecto es reformado y nuevamente aprobado pero no llega a ejecutarse por falta de fondos para acometerlo y también por un cierto desinterés por parte de aquéllos que habían tomado su iniciativa, llegándose a vender a particulares terrenos linderos con lo que iba a ser la plaza. Por fin, en 1852, coincidiendo con la ejecución de unas obras en el Ayuntamiento por el arquitecto municipal Balbino Marrón, éste se hace cargo del proyecto de la nueva plaza, que es inaugurada oficialmente ese mismo año. En realidad no se terminó completamente: quedaba pendiente casi todo el conjunto de las edificaciones de su perímetro que habían de darle fachadas y el propio edificio del Ayuntamiento. No será hasta 1854 cuando Balbino Marrón presenta el proyecto del paseo de salón con el que se quiere configurar la plaza, ni hasta 1856 cuando finalicen las obras de las fachadas que cerrarían los lados Norte, Oeste y Sur, no habiéndose completado la correspondiente al edificio del Ayuntamiento.

La “Plaza Nueva” de 1852 se llamaría, en 1857 cuando estaba prácticamente terminada, “Infanta Isabel” (primogénita de los Montpensier). En 1868, con la revolución, Plaza de la Libertad y en 1873 se llamará de la República y, durante un tiempo, de la República Federal. En 1875 se la designará oficialmente como Plaza de San Fernando, que se cambiaría en 1931 por el oficial de Plaza Nueva,  con el que se institucionalizaba lo que en principio fue sólo una alusión a su nueva formación. Conocida después tanto por Plaza de San Fernando como por Plaza nueva, es este último nombre, que los ciudadanos han mantenido durante siglos, el que se ha fijado institucionalmente por el cabildo de la ciudad.

Desde el principio, se quiso configurar la plaza con una serie de características que la hicieran aparecer ante la ciudad como la plaza mayor de la que carecía. Gran espacio rectangular cerrados sus lados por una edificación homogénea en altura y apariencia, de manera que constituyesen unas dignas fachadas, circunstancia acrecentada por otorgar la presidencia del conjunto al nuevo edificio del Ayuntamiento que se abordaba simultáneamente y al que, por tanto, se le permitía una cierta singularidad en el conjunto.

Un plano de 1872 recoge la que casi va ser la organización definitiva, donde el elemento vegetal cobra gran importancia: un gran espacio central abierto, diáfano y libre con dos farolas en los centros de los dos cuadrados a los que da lugar el rectángulo (en lugar de un solo elemento –quiosco para música- en el centro de éste) y una triple hilera de árboles junto con bancos en su perímetro, que presenta las esquinas ochavadas. Asimismo surgen hileras de árboles en las aceras bajo las fachadas que dan a la plaza. Igualmente el espacio peatonal se diferencia del destinado al recorrido de carruajes y vehículos mediante el levantamiento de aquél sobre el pavimento de éste.

Como centro emblemático de la ciudad, ha sufrido numerosas reformas pero ha conseguido mantener en esencia el espíritu con el que se ideó y fue trazada. Quizás el mayor cambio, experimentado paulatinamente pero sin remisión, ha sido la pérdida de la homogeneidad en sus fachadas (proceso iniciado en la década de los veinte, con singular polémica en el momento de la construcción del edificio para la Compañía Telefónica (1925) y agudizado a finales de los años sesenta) que hoy ofrecen un aspecto completamente heterogéneo en forma, alturas y aspecto arquitectónico. Sólo queda un pequeño tramo con la fisonomía original de las fachadas en la esquina de la calle Barcelona y otro en la de la calle Méndez Núñez, con el bajo muy alterado. Permanece, sin embargo, lo más característico de ella: el encintado arbóreo de su perímetro, que ha  resistido los embates de la circulación rodada y que ha intentado ganar terreno  a costa del gran espacio interior de paseo, lo que ha supuesto que la triple hilera original haya quedado reducida a ser sólo doble. Esa calzada perimetral era en su origen empedrada y, como la mayoría de las calles de la ciudad, sería después adoquinada hacia 1880 y finalmente asfaltada en 1961.

También ha servido de espejo en el que ir renovando los sistemas de iluminación: gas, iluminación eléctrica convencional, báculos con luminarias fluorescentes, luego halógenas y por último, las actuales de hierro forjado sobre pedestal pétreo y otras que emulan modelos antiguos.

En 1911 el espacio central pierde su diafanidad con el trazado de arriates para jardines, con la que la plaza inicialmente sólo arbolada pasa a ser plaza ajardinada.

El tráfico y las necesidades de aparcamiento empezaron por despojar a la hilera exterior de arboles de su asiento en el espacio central, dejándolos en alcorques sobre la calzada, permitiendo la creación de unos andenes para el estacionamiento de vehículos y que han permanecido, hasta hace pocos años, ocupados por la red municipal de autobuses. También desapareció (1920) una hilera de bancos, pero se realzó la parte central de la plaza con la construcción del monumento a San Fernando, inaugurado en agosto de 1924.

La idea de incluir un gran monumento para culminar la plaza fue concebida, prácticamente, desde el momento en que ésta se comenzó a diseñar.

Primeramente se pensó en un monumento a Murillo, después en otro en honor a Isabel II quien declinó el ofrecimiento para que en su lugar se situase al patrón de la ciudad.

El monumento a San Fernando es obra del arquitecto Juan Talavera y Heredia. Es de estilo neogótico y se levanta sobre gradas, coronado con la figura ecuestre del rey. En cada uno de sus cuatro frentes se situaron estatuas de personas relacionadas con él: su hijo Alfonso X que le sucedió en el trono, Garci Pérez de Vargas, caballero del séquito del rey y personaje clave en la toma de la ciudad a los musulmanes en 1248, la de Ramón Bonifáz, primer almirante de Castilla, que rompiera el puente de barcas con sus naves, aislando la ciudad del aljarafe y, por último, la estatua de Don Remondo,  primer arzobispo de la ciudad. Todas realizadas por escultores de gran fama.

La plaza como otras del XIX tuvo quioscos y urinarios (éstos últimos hoy desaparecidos)  siendo modernos los otros, dedicados a prensa, flores y golosinas infantiles.

En la década de los treinta,  otra remodelación del interior viene a reducir, en favor de nuevos parterres, el salón central que además se encinta con una balaustrada de piedra.

En los años cuarenta son eliminados los bancos de piedra y las balaustradas, reorganizándose la jardinería y el pavimento que pasa a ser de mármol y enchinados, nuevamente retocados cuando en la plaza se abrió, y cerró posteriormente en los años setenta, una boca de acceso al que  iba a ser el metropolitano de la ciudad que no llegó a ejecutarse.

Mención especial merecen las palmeras de la plaza. La palmera durante siglos se resistió a ser árbol urbano. Desde las primeras palmeras plantadas en la Buhaira en época almohade no se encuentran otra vez documentadas hasta principio del siglo XVI en la que se conocerá como calle de las Palmas (la actual calle de Jesús del Gran Poder) por la cantidad que tenía plantadas. El nombre (y probablemente las palmeras también) perdurará hasta la primera mitad del siglo XIX, pero un censo elaborado en las fechas en que esta plaza se inaugura, daba un total de nueve, que se intentaron trasladar. Fue en vano pues sus propietarios no las quisieron vender por la “gran estima por su antigüedad y su escasez”. Se intentaron comprar cuatro con las que decorar los cuatro ángulos de la plaza, entablándose conversaciones con las ciudades de Valencia y Elche después de azarosos acuerdos en plenos municipales. Será en 1880 cuando se consiga traer de Elche  alrededor de veinte ejemplares, que pasarán a ser de las primeras en lugares públicos iniciando una tradición que no sólo no ha decaído sino incluso se ha acrecentado en los últimos años. En 1998 había más de 5000  de 10 especies diferentes en lo parques y jardines públicos de la ciudad. Su historia empieza en esta plaza de la que además forman parte indisoluble.

La organización actual de la plaza responde pues a ese modelo de espacio de salón típico de otras plazas sevillanas del XIX, predominando la superficie libre frente a la ocupada por la vegetación, pudiendo distinguirse diferentes zonas según su pavimentación, jardinería y uso.

Un gran área central inmediata a las gradas, que rodeadas por fustes de columnas unidas por cadenas sirven de base al monumento a San Fernando, pavimentada mediante un enchinado, que continua, con solería de mármol de diferentes colores: gris, rojo y sobre todo blanco, para extenderse por el resto de la superficie libre de vegetación y que es la mayor parte de la plaza. Distribuidas por ella, se sitúan farolas de fundición sobre pedestales pétreos y bancos, también de fundición que, aún estando aislados, permanecen próximos a los setos que delimitan los arriates, aunque sin formar parte de ellos como se hacia habitualmente en otras plazas del centro de la ciudad. Hasta no hace mucho numerosas sillas de hierro se encontraban a disposición de los ciudadanos que desearan  usarlas, para así formar animados grupos de tertulia que recordaban viejas estampas de época.

Salvo por su lado de levante –el situado frente al edificio del Ayuntamiento- en los otros tres, la plaza posee aceras perimetrales, andenes y refugios destinados a los numerosos autobuses de la empresa municipal de transportes  que tienen aquí su cabecera de línea y que la hace ser uno de los nudos capitales de esta red.

La vegetación esta distribuida y organizada de la siguiente forma:

  • Arriates con forma rectangular y delimitados por setos de arrayán (Myrtus communis) que también dibujan formas geométricas en su interior, se sitúan en los bordes de la gran explanada de la plaza paralelamente a los andenes antes mencionados por lo que el lado de levante carece de él. En el interior de ellos encontramos  numerosos grupos de celestinas (Plumbago auriculata) y de lantanas  así como algunos árboles de júpiter (Lagerstroemia indica) y palmeras (Phoenix canariensis y Phoenix dactylifera). Debido a esta distribución la plaza presenta en planta una cierta forma de “U” que favorece predominantemente el paso por el lado abierto y la estancia en el resto,  con tendencia a dirigir la mirada hacia la fachada del ayuntamiento que contiene el reloj que marca la hora oficial en la ciudad.
  • Dos hileras de naranjos amargos (Citrus aurantium var. amara) una, encintando el enchinado que rodea el monumento central, y otra que discurre paralelamente a los setos de los parterres por la cara que estos presentan hacia el interior del área pavimentada con mármoles.
  • Una doble hilera perimetral que rodea toda la plaza, especialmente en la zona de los andenes antes mencionados, en la que alternan plátanos de sombra (Platanus x hybrida) y altas palmeras (Phoenix dactylifera) algunas de estas revestidas de atrevidas hiedras que trepan con decisión. Esta contundente vegetación arbórea contrasta con la más delicada de los naranjos, de manera que la plaza presenta un cordón de vegetación que la cobija perimetralmente y le da acogedora sombra en verano para transitarla en su alrededor, mientras que se muestra abierta y solícita en la gran explanada de su interior, favorable al descanso bajo el sol invernal y atractiva con los intensos azahares de los naranjos en la cálida primavera sevillana.